domingo, 17 de abril de 2011

De la melancolía inacabada en tarde de domingo

Y es así y pasa. Viene, como viene la impotencia de no poder cambiar algo. De aquello que no está en nuestras manos por que la respuesta es siempre no. Existe ahí, todos los días, para recordarnos infaltablemente que no importa que se haga, es completamente imposible que un día se cambie de opinión. Intentamos alejarnos para no terminar siendo presas del sentimiento de melancolía y por lo tanto fingimos que queremos otra cosa. Se cambia el interés y se empieza a hacer todo lo posible por menguar el sentimiento de ahogo. Siempre la efectividad de los placebos hasta que esa sombra nos sorprende en aquella oscuridad de la noche, cuando en la soledad le gritamos al vacio, a la vida, a la muerte, a todo.

domingo, 10 de abril de 2011

Ocupaciones Varias VIII - De mi historia y de cómo ella se conecta con la tuya

Tal como estaba escrito volvió Personaje a ese gran “no sé cómo llamarlo” frente a las “varias puertas”. Circular, como a veces son los caminos, entró por la misma puerta por la cual salió; cuando decidió conocer aquellos tres puntos suspensivos. Estos que en algún momento variaron para ser una coma, un punto aparte, un punto y hasta en alguna que otra ocasión, algunos dos puntos. Volvió quizá por aquella casualidad de la que todos somos víctimas, o quizá por la curiosidad de aquella puerta que nunca visitó. Volvió porque así estaba escrito o por que el demiurgo que ahora controla los hilos de su vida lo creyó divertido. La razón no la sabremos, pero allí estaba de nuevo Personaje. Allí, aparentemente, quería estar. Miro de nuevo las “Varias Puertas” y recorrió los laberinticos caminos de la memoria egoísta seleccionando recuerdos de lo allí vivido. No sabemos que cruzó por su cabeza; alejado ahora de este narrador, no se tiene conocimiento alguno sobre sus pensamientos y sensaciones. Sólo relatando lo que allí sucedió, Personaje extrañó al árbol y a la mujer alada, aún después de todo ese tiempo guardaba recuerdos fraccionados de aquellos encuentros y recordaba partes de lo que fue su primer recorrido por allí.


Tocó aquella “varias puertas” blanca, la última por la cual entró. Se preguntó en voz alta - ¿qué pasaría si decidiera entrar de nuevo por ahí? – pero esta vez nadie respondió. Se sentía el vacío que deja el paso del tiempo, el silencio a modo de reproche y aquella desconfianza que sienten las cosas cuando decidimos volver. Personaje pasó su mano por las otras puertas pintándose de colores. No sabía si aquello había sido siempre así o misteriosamente todo se empezó a perder su color.


-¿Será que están vacíos estos lugares o será, por el contrario, que esperan a alguien más?- Silencio y más silencio fue la respuesta. Decidió recorrer aquel “no sé cómo llamarlo”, una y otra vez, algo confuso o asiduo de alguna respuesta. Nada diferente pasaba hasta que algo ocurrió. Fue una pequeña chispa, algún brillo casi imperceptible, casi inexistente que le recordó a nuestro personaje que por algún motivo él nunca había visitado aquel rectángulo verde.


Se paró en frente de él observándolo con detalle. Sus ojos recorrían aquel verde mezclado con un verde más claro, aquella forma que parecía haber sido más que una forma, un laberinto, un rombo, quizá un círculo, alguna perfecta figura. -¿Por qué verde?- se preguntó Personaje; una pregunta que en algún momento tuvo respuesta, pero que ahora carece de ella. Arriba de la “puerta” se leía: “De mi historia y de cómo ella se conecta con la tuya”.


La relatividad del tiempo no nos permite saber con precisión cuánto estuvo Personaje observando aquella “varias puertas”, ni tampoco podemos afirmar con exactitud alguna que pasaba por su cabeza. Esperábamos como él a que cualquier cosa sucediera. Estiró su mano y se acercó a ella, posándola en ese punto donde se pone una mano cuando se quiere abrir una puerta e intentó abrirla pero el rectángulo no cedió. En su lugar escuchó un suave carraspeo. – ¿Quién es?- preguntó, sin obtener más respuesta que ese continuo carraspeo. Cuando estaba poniéndose de pie, alguien le habló. –Voy a contarte una historia pequeño Personaje. Si estás de acuerdo en escucharla-. Personaje asintió y la voz empezó el relato…


Hace algún tiempo se conocieron dos sujetos. A falta de un mejor nombre los llamaremos chico y chica. Sin importar la razón, la vida de nuestros dos sujetos se encontró en algún paraje en un tiempo-espacio similar, y allí encontramos nuestro inicio. Aquel inicio entre chico y chica se desenvolvió dentro de una canción o varias, dentro de un beso o varios, dentro de algunas bonitas palabras. Chica encontró en chico una luz que le gustó, era de un color agradable y parecía siempre permanecer; por otro lado él encontró en ella un rincón donde sus palabras no hacían eco y eso le pareció encantador.


Un día, juntos en un lugar cualquiera, ella lo encontró diferente. Sintió que había algo que chico quería decirle pero al mismo tiempo algo lo detenía. Buscando animarlo le dijo: –las personas siempre se alejan- . – Guardo la esperanza que quieras quedarte, pero si debes partir, hazlo-. Chico intentó explicarse pero para ella las palabras eran innecesarias. –Sé que nada de esto es real. Todo se debe a la cobardía - continuó ella – Ya sabes, cuando no te es posible decir que no. Sé que me alejo de aquello que buscas y sé que mientes para no tenerlo que decir. La verdad no es menos cierta cuando se disfraza de cosas bonitas y por ello sobra cualquier justificación. Nunca hubo una ocasión, nunca hubo una puerta, de hecho me estoy preguntando si los actos fueron reales, si algo existió alguna vez.- Ella lloraba dándole la espalda, él nunca lo notó. Lo cierto es que nada es absoluto y siempre llega el momento de decir adiós.


Ya has escuchado la historia “de mi historia y de cómo ella se conecta con la tuya” concluyó la voz. No volvió a decir nada más.


Siendo este el fin de aquellos recorridos Personaje pensó que ya había llegado el momento de partir. Cuando le dio la espalda a las “varias puertas” vio algo que no había visto antes. Pudo observar, pequeño y a lo lejos, aquel rectángulo de colores llamado “puerta” por la que ingresó esa noche de búsqueda y camino.


Cuando salió por aquella puerta se encontró de nuevo en esa línea gris rodeado de pavimento y edificaciones, y por primera vez desde que entrara por ese rectángulo de colores Personaje se sintió solo. En su bolsillo halló un pedazo de papel que decía:


“Este es, ahora, el punto final”.

Ocupaciones Varias VII - El porqué de los tres puntos suspensivos

La respuesta vino esta vez desde su interior. Aunque su creador hubiera dispuesto o deseado trazarle otro camino a Personaje, él en cualquier caso hubiera desobedecido. No era, en sí, un poder total de su razón, no podríamos decir que fue una decisión consciente de su cerebro. Apenas si conocía a aquella mujer alada y poco entendía su poder sobre él. Fue un fenómeno inesperado en el cual ese pequeño Personaje se fundió con el porqué, uniéndose allí con la razón de su existencia y, modificando así su propia esencia decidió entrar por la puerta blanca. “El porqué de los tres puntos suspensivos” se había planeado como final para esta historia pero como un momento epifánico Personaje se arrancó del papel y entró por aquel cuadrado. Su creador, atónito, entendió que esto estaba planeado desde el comienzo y que no hubiera podido hacer nada para evitarlo; entendió que todo lo que había pasado, las puertas, el árbol, aquella mujer, eran también sus vivencias y que las palabras dichas habían sido pronunciadas para él. Personaje había dejado de ser sólo Personaje y se insertaba como una pequeña pieza dentro de su existir.



Allí se encontraba Personaje con aquel cuadrado blanco a sus espaldas. De tres puntos suspensivos mucho se puede esperar; su creador lo había planeado como un comienzo que le diera una gran sabiduría, pero Personaje era pequeño y extrañaba a su mamá. No estaba acostumbrado a decidir y por ello su camino desde ese punto empezó pausado y lejano, dudaba siempre de su próximo paso por el normal y humano miedo a la equivocación, pero al mismo tiempo estaba feliz de haber emprendido un camino por decisión propia y más que todo porque ese camino evitaba su soledad. Aquella soledad ahora inexistente porque desde que había cruzado aquella puerta sentía que otra mano agarraba la suya.



No nos contó más de la historia. Desde aquel momento epifánico en el cual se sobrepusieron los sujetos nuestro papel se redujo al de narrador. Así, Personaje emprendió un recorrido por aquel camino que encontró allá, donde decidió entrar.



Las preguntas son ahora para Personaje, pero el narrador se detiene antes de hacerlas; aquel se aleja y al hacerlo se hace cada vez más pequeño. Está Personaje, ahora, muy lejos para escuchar. Su único consuelo es que sabe que volverá en algún momento a encontrarse frente a aquellas “varias puertas”, y cuando ese momento llegue podrá decirle aquello que hoy ha decidido callar.



(Fin parte sexta)

domingo, 3 de abril de 2011

Cotidianidad VI - Objeto del deseo I o "primer instante" (Sin Terminar)


Creo que es la primera vez que lo veo; o quizá puede ser una segunda, de aquella primera ya muy olvidada. Aún así, de alguna forma estuvo permanente como algo diferente a una imagen. De haberlo conocido diría que es entones un recuerdo ajado y lejano pero siempre presente como un intermedio ente un recuerdo y otro. De ser esta la primera vez que mis ojos ven sus ojos, queda siempre la opción de aquel que lee el futuro y por lo mismo pensar que el destino nos ha acercado de alguna oscura y retorcida forma, en la cual tuve que esperarlo e imaginarlo por un largo tiempo antes de encontrarlo.


Todas las anteriores hipótesis, hermosas, sobre algo que aún no somos pero que podremos ser.


La verdad es, en cambio, de alguna manera más simple y por ello podemos tener la seguridad que no se inventó para complacer a nadie. Somos dos sujetos de los muchos en el mundo que presas de algún deseo fútil decidimos acercar nuestra existencia en algún determinado instante. Instante a su vez también fútil y sobre todo fiel a su esencia de ser sobre todas las cosas un instante no más.

Declaraciones IV - Algún semáforo en amarillo (Fragmento)


El problema en el dejarme ir al escribir un texto es precisamente que cuando dije que lo olvidaría no pensaba en convertirlo en algún recuerdo bonito, como hice con muchos otros; no pensaba nunca en dejarlo que permaneciera cerca de mí para que en algunas noches de insomnio viniera a reprocharme todo lo que prometí hacer y no hice o todo lo que cambié y que hizo que se fuera. Cuando dije que lo olvidaría pretendía, en cambio, hacer como si nunca, en absoluto hubiera ocurrido, como si mi vida nunca se hubiera cruzado con la suya en alguna noche fatídica de febrero, como si hubiera evitado amarlo por noches completas, unas tras otras. Como si aquellos momentos estuvieran en blanco, o fueran remplazados por recuerdos de niños corriendo en un parque, cometas en el cielo, cafés concurridos o cualquiera de esas imágenes, comunes, que se asemejan a las fotos de un portarretratos nuevo.

Cuando dije que lo olvidaría pretendía, por tanto, suprimir su recuerdo completamente.


Para logar el anterior propósito tenía, entonces que removerlo todo, todo, para poder engañar a mi cerebro y que ambos creyéramos que nos habíamos acabado de levantar y que aunque fue un letargo de varios meses, nada, además de la ficción de los sueños, había sucedido con nosotros. Dentro de lo que tenía que olvidar estaba como protagonista y pieza más importante a desaparecer los sentimientos o sensaciones producidas o generadas por él. Tenía que buscar en absolutamente cualquier parte y esta tarea no permitía ningún error que así mismo pudiera recordarme que él existió para mi.


Para que esto fuera el crimen perfecto debía también crear un sentimiento de repulsión. Todos nos vimos “Eternal sunshine of the spotless mind” y con mi tendencia al eterno retorno estaba casi segura que volvería a repetir la historia. Se me ocurrió dejar en mi recuerdo los sentimientos de ira y dolor pero todo sentimiento de ira por aquel que no nos quiere viene acompañado siempre por el desamor que alguna vez vino de un amor, y que nos deja por ende, en el mismo punto en el que empezamos.

domingo, 25 de octubre de 2009

Epifanía


I

Los papeles vuelan de un lado a otro en este pequeño recinto. No es magia, alguien realmente los está arrojando. Mi risa compulsiva, que esconde lo ridículo de la situación es lo que musicaliza el ambiente, los papeles caen siguiendo el ritmo dado por mí. De un tiempo para acá vengo creyendo lo que ella me dice, podría ser perfectamente la protagonista de un cuento de Kundera, no del corte de la Insoportable Levedad, sino más bien de El Libro de los Amores Ridículos.

“Creo que al fin nada tiene fin... Creo desesperado"

Los papeles caen mientras yo trato de contener mi risa, sabiendo que al hacerlo entenderé lo absurdo de la situación y por un momento sólo me llamaré A., o N. si se me permite escoger. La situación es en sí misma repetitiva, cosas que caen, risa incontenible. Repetitiva como todo lo que me sucede, no por una gran casualidad sino por mi tendencia al retorno. Volver a algo, cualquier cosa, ha sido uno de mis grandes placeres. Vivís un momento de goce y buscás que ese instante se repita hasta volverlo eterno. Una eternidad bastante relativa como todo lo que sucede en una vida monótona que se corta a cada instante que pasa, por una necesidad imperante a no sentir nada en absoluto.

"Avanzo un paso, retrocedo y vuelvo a preguntar...”


¿Qué diría ella? Quizás estaría pensando en la existencia de la complejidad que nos de un efecto placebo para sentirnos menos culpables de la cotidianidad. Podría preguntarme cosas, para luego dar una respuesta que me lleve a decidir entre un vacío o el otro, finalmente...

"...no todo en tu vida depende tan solo de vos.”

domingo, 24 de mayo de 2009

Tratado al Sol - Un relativo primer encuentro

Quiero saber si hablarle es igualmente difícil para ti. ¿Alguna vez has visto un sol? Yo lo encontré cuando deje de buscar, pero ahí estaba, sin mirarme de frente. Era hermoso, como solo pueden ser los soles. Veía su luz, sin percatarme aún del ser que la irradiaba. Cómo podía hacerlo si mi mirada estaba todavía cegada por cosas que pretendían estar más cerca. Cuando me di cuenta de aquello me sentí torpe, similar a aquella vez que me caí. Tonta, muy tonta ya que cuando pregunté hubo respuestas; esas me situaron lejos. Ahora que planeo acercarme la luz es más remota y es difícil puesto que el camino está cerrado. Trato de controlar esa voz interna que quiere hablarle porque si ella pudiera decirle algo, se lo diría todo. Le contaría, primero, una historia triste, aquella que se remonta algunos años y que habla de un personaje ya muy lejano, un yo que ya no existe; ese pequeño relato de aquella vez que por algún olvido menor perdí una parte importante de mi ser. Le contaría, después, como empecé a organizar y etiquetar todo para evitar futuras perdidas. Luego, para mitigar la tristeza, le contaría algo menos melancólico, elegiría, de entre muchas historias, una sola, seguramente esa que habla de la vez que conocí a un extraño personaje, uno externo. Aquel particular personaje me tomó de la mano y me llevó por un camino que terminó con una puerta para mi, muchas para él. Fue la primera vez que habló esta voz, diciendo lo único que ella puede decir, las verdades que vienen desde adentro. Aquella puerta me llevó a una pequeña colina, algo hermoso rodaba por ella.

La siguiente historia elegida evoca un momento musical como muchos otros, pero esta vez acompañado de la luz.

Esta historia comienza con un La menor, seguido por un Mi menor y un Fa menor. Luego un gran parque donde danzaban aquellas piezas musicales. En aquel momento la voz quisiera explicarle al sol por qué el círculo es la figura perfecta pero, se da cuenta que es irrelevante dentro de la historia y que quizá después tenga oportunidad de hacerlo, cuando llegue el momento de explicarle algunas otras cosas que desea. Cuando ya no exista, así como lo diría Kundera, “la desvergüenza propia de la sinceridad apresurada” y se diga temerosamente lo que se quiere.

Los personajes, dos, se encuentran. No es un encuentro inesperado, no juegan a ser La Maga y Él. Luego del encuentro, caminan. Charlan mientras caminan. Conversan de cualquier cosa, mientras ella lo mira de reojo y nota su presencia, por primera vez. La voz hace lo que sabe y le dice que hasta ahora ella recuerda, sin querer, lo que vestía; Un jean ajado, de un azul demasiado claro y una chaqueta de un naranja escandaloso, cosa que sólo se disculpa por el hecho de lo que representa. No logra recordar los zapatos que llevaba, aún reconociendo que pasó tiempo mirándolos para evitar mirarlo a él. No se podría decir algo diferente a que aquel encuentro estaba exquisitamente musicalizado, lógicamente por eso se encontraban allí. Nada sucedió. No hubo drama, amor, lágrimas, ni confesiones. El centro estaba dado por las piezas que se iban representando. Como en todo, menos en un círculo, llegó el final, del encuentro y de la historia, por lo que la voz calló. El silencio se dio por la costumbre de terminar las historia de esta forma, mas no porque la voz no tuviera más que decir; ella decidió, hace algún tiempo no dejar que la voz hablara bajo ninguna circunstancia e igualmente pocas veces se suscitaban dentro ella sensaciones tan reales que llevaran a que ella, la voz, quisiera decirlo todo, así que no solían desaprovechar aquellas oportunidades, contrariándolo todo.

Aquel sol, que encontré en aquella colina y que se veía para mí como un ser minúsculo e indefenso, era realmente hermoso. Podía llegar a ser muy poco convencional, pero no se dudaba que era encantador. Lo primero particular fue su voz, desde el tono hasta su forma de hablar. Podías encontrar en ella desde un canto hasta una crítica, desde un sabor hasta una mezcla. Todo en unas pocas frases pronunciadas. No sé por qué esperaba algo diferente, debe ser esa manía de imaginar todo como si fuera un mapa que busca el tesoro perdido o la salida del laberinto, pero, aunque se esperaba algo distinto no hubo desilusión sino sorpresa. El asombro me llevó a recordar un personaje de una vieja película argentina que era gay, drogadicto y bastante loco pero que le daba al personaje principal los mejores consejos. Después comencé a darme cuenta que lo particular en él, en ese ser, era un factor común y que la sorpresa se convertía en un sensación familiar.

(Fin parte II)

lunes, 20 de abril de 2009

Tratado al Sol - Génesis


No siempre es fácil evitar mirar aquello que nos parece hermoso, sea un dibujo, un paisaje, un momento, una buena fotografía o un ser. Buscamos la belleza en todas partes y cuando la encontramos no podemos impedir que se genere un sentimiento de satisfacción, que media entre la tranquilidad y el deseo, que nos lleva a no querer dejar de sentirlo. De allí que busquemos conservar lo hermoso hasta que ya no lo sea o hasta que encontremos algo que lo es más; o quizá infinitamente.

Vi algo hermoso una vez, rodando por alguna colina pequeña. Recuerdo que su color no era bello pero la forma en que se movía lograba despertar su atractivo un poco torpe. Quise tomarlo entre mis manos pero cuando estuve cerca de él me di cuenta que mis manos eran muy pequeñas para abarcarlo. Por su hermosura, quise mirarlo horas enteras; pero después de un rato decidió esconderse. Lo seguí, aunque intuí levemente que no quería ser seguido, lo hice porque en ese minúsculo instante pudo más mi deseo de acercarme a su bello ser. No me fue difícil encontrarlo, cosa que surtió un cierto efecto engañoso haciéndome creer que quería ser encontrado; no era así, simplemente no conté con mis habilidades como buscadora que facilitaron el trabajo. Luego de un rato buscó un nuevo escondite. Esta vez, creyendo completamente que quería ser hallado, lo busque con mayor afán, toda mi voluntad estaba resuelta a encontrarlo. Pasé muchas horas dedicada al infantil juego de buscarlo mientras él huía constantemente buscando escondites más y más difíciles para mi persecución. Cansada ya de esta jugarreta, me recosté a descansar. Tratando de no dormirme empecé a imaginarme a ese pequeño ser, preguntándome constantemente qué era lo que en él encontraba hermoso, sin poder encontrar una respuesta satisfactoria. Giré hacía mi lado izquierdo y lo vi, a lo lejos, rodando como supongo que hacía todo el tiempo; el sentimiento de plenitud que emanaba de su ser resaltaba su belleza hasta tal punto que pude comprender que yo era la que estaba equivocada y que en realidad ese ser no quería ser perseguido, ni encontrado y mucho menos quería, de alguna forma ser mío.

Sintiéndome un poco triste decidí dejar atrás aquello que para mí era lo más hermoso que había visto en mi vida y seguir caminando. No lograba estar bien, había sentido por un rato ese sensación de satisfacción, quería conservar la tranquilidad y el deseo que me producía la hermosura encontrada en ese espécimen. No era posible y lo entendía, por ello había decidió no seguir apostando a querer lograr que lo absoluto perdiera su esencia. Deambulé días y noches sin poder mitigar el sentimiento melancólico que me rodeaba, hasta que poco a poco empezó a desvanecerse; muy tenuemente empezaba a desaparecer.

Un día, sin que desapareciera del todo el estado de necesidad producido por el ser hermoso, logré ver, entre las sombras producidas por la falta de luz del lugar, oculto entre un millón de ideas, papeles, letras e imágenes, el espécimen más hermoso de todos lo que alguna vez se pueden encontrar y existen: un sol.

(Fin de la parte 1)

domingo, 22 de marzo de 2009

Cotidianidad V - C, A manera de final para la historia


Fue la última vez que vio a C.

Era la última vez que lo vería pero ella no lo sabía; aún así no lloró aunque tuvo ganas de hacerlo. Sintió como sus lágrimas salían y lo cerca que estuvieron de rodar por sus mejillas, pero se contuvo; podía sentirse de cualquier forma menos estúpida. No lo miró a lo ojos; es más, no lo miró en lo absoluto. Sólo escuchó su voz como un eco a lo lejos, no alcanzaba a entender las palabras pronunciadas, pero sabía que era C. quien le hablaba. Se mordió su labio inferior, costumbre que había adquirido hacía un tiempo cada vez que estaba nerviosa o triste, se guardó las manos en los bolsillos y se alejó. Mientras lo escuchaba a lo lejos recordaba los pensamientos que rondaban su mente el día del primer encuentro y, muy dentro suyo sabía que si lo hubiera conocido un poco más para ese momento todo hubiera sido diferente; se hubiera permitido más contacto y sin ningún remordimiento hubiera disfrutado de su calor. Se marchó poco a poco y en su mente veía el camino que dejaba atrás, un camino dibujado con minuciosos trazos, cada uno puesto después del otro con detalle.

Más adelante se sentó y soñó, su mente vagaba por recuerdos que no se relacionaban con C. Pensaba en aquellos libros que leyó alguna vez, que hablaban de sentimientos y sensaciones que ella quería producir, así como las había experimentado. Le envió un mensaje deseándole buen viaje, no quería decir nada más y no lo hizo, pero llenó ese par de palabras con un gran significado. Luego, se sentó a escribirle. Quería decirle que ella había entendido todo desde el principio pero que había dudado de que ello fuera cierto y que cuando dejó de dudar pretendió cambiar la certeza por medio de aquel actuar apresurado y poco preciso. No lo logró y por esto quería decirle adiós.

Comenzó su escrito con una frase con la cual hubiera querido terminarlo: “No es necesario decir nada más” y continuó “Por mi parte todo se ha dicho tal como se ha querido y he interpretado tu silencio como muestra de aquello que falta, la palabra no pronunciada es inexistente”. Pensó en aquella canción que hablaba de una hermosa despedida, recordó como esa canción había tomado significado cuando había querido despedirse, mucho tiempo atrás. Ahora carecía de total sentido pero al mismo tiempo recordó la canción de las palabras, aquella era la canción con la cual musicalizaría el momento actual. Siguió escribiéndole, haciendo lo posible por comunicarle todo lo que quería decirle; era claro que no lo conocía bien y que por ello no podía suponer nada, así que eso era precisamente lo que habría decidido hacer, “no es mi intención pedirte algo que ya te he pedido, ni pretendo que algo hagas, sólo estoy segura que no volveré a estar cerca y por eso quiero llenar todos mis vacíos con palabras que hagan menos insulsa la tarea que decidí emprender.”

Allí, frente al papel, busca decirlo todo para evitar volver a él. Está firmemente convencida de poder evitarlo, ignorarlo, no pensarlo. Indiscutiblemente está en lo cierto ahora que ya se aseguró de que a C. lo cubre un manto y que ella pronto va a estar cubierta por un manto similar, en ese momento cualquier necesidad imperante será inmediatamente suplida o condicionada pero tenida en cuenta para algo menos orgulloso. “volvemos a explicarlo todo mediante la filantropía” le escribió aún sabiendo que él no podía entender el verdadero significado que para ella tenía esa palabra.

Lloró tres días después, frente al escrito terminado. No estaba triste, solo pensaba en el resultado de la sinceridad apresurada e inevitable de sus actos que llevaba necesariamente a una reacción adversa a la que ella deseaba, o ¿era precisamente esa reacción la que buscaba? No sabía exactamente que quería lograr, a él le había dicho que tenía un propósito, algo lógico según sus actuaciones pero sólo lo había hecho para evitar reconocer que temía indagar en la razón de los impulsos que la habían llevado a buscarle. Era quizás en lo único que le había mentido. No entendía porque los seres humanos claman por un actuar sincero, directo y conciso pero no lo soportan, no son capaces de actuar conforme a eso. No son capaces de herir directamente y prefieren un dolor más sutil, una indeferencia que indique el camino a una verdad, a La Verdad. Pensaba en C. y en su forma de ser poco sutil que pretendía ser directa pero que a la vez huía de cualquier acercamiento propuesto por ella. Y pensaba en ella cuando pretendió que C. actuara como ella quería, cuando pensó que C era igual a X., cuando supuso que él directamente le diría que era hora de partir. Nada de eso sucedió probablemente debido a sus pensamientos de absoluto conocimiento, pero ella decidió culpar a C y llorar.

Cerró los ojos para buscar dejar la mente e blanco, para huir de los pensamientos que galopaban hacia ella y que le imponían la necesidad de suponer intuitivamente que diría C. cuando leyera sus letras. Una tarea inútil porque C. nunca decía nada. Él nunca entendió que el silencio es algo que hay que romper.

Declaraciones III - Lo que ella quisiera decirle a C.

Ella aún no siente que C. la entiende, puede ser debido a que él poco expresa o puede ser porque lo que ella quiere explicar solo lo entiende una persona en el mundo y claramente no es C.

Piensa en las muchas formas de explicarle todo lo que desea decirle y sin querer concluir que es difícil, lo vuelve a hacer, de nuevo.

Quiere decirle que ya no disfruta haber hecho las cosas al revés, aunque eso no sea del todo cierto, pero siempre quedará en ella la duda de saber si hubiera hecho todo como tenía que hacerlo, tiempo atrás, tendría ahora más certezas. Ella le atribuye esas dudas a ese sentimiento que nació hace días y que ahora es una constante cada vez que piensa en C.; pero es indudable que hacerlo todo en desorden es algo que disfruta porque esto da lugar a la sorpresa, se permite actuar sin un plan, el impulso, las reacciones, todo le genera placer y este es necesario para que se sienta libre por momentos.

Quiere decirle también que lamenta haberlo confundido con X., haber pensado que en ciertas cosas actuarían igual y más aún, que sus actos tuvieran ese fundamento. Ella piensa, ahora, que son muy diferentes y está segura que para este momento tendría mucho más de X de lo que tiene de C. porque, es necesario aclarar que, de C. no tiene nada. Ella ha decidido no ver las similitudes que tienen ambos, dejarlas a un lado y desistir de actuar como si C. fuera X; el problema de esto es que si ella no los hubiera confundido en un principio, jamás hubiera propiciado los momentos de contacto.

Quiere decirle que a veces confunde completamente la realidad y la fantasía. Eso hace que algunas veces ella pierda tanto tiempo en pensar lo que quiere decirle a C. que la misma imagen de él se desdibuja y ya no puede recordar ni que quiere de él, no como es, ni que decirle.

Piensa que quiere pedirle que le hable, como tantas veces se lo ha dicho ya. Quiere pedirle algo a cambio de lo que ella le da, pero piensa, también, que no puede pedirle nada, a cambio de algo que él nunca pidió, que ella ni siquiera sabe que desee. X. hubiera accedido a darle algo, aunque fuera solo por matar la curiosidad. C. no, porque para él eso significa perder demasiado por algo cercano a lo insignificante. Él sabe que de todas formas lo obtendrá, ya que está muy seguro que para ella es más importante comunicarle el significado de sus palabras, que lo que él pueda llegar a articular.

Desea que C. escuche una canción. La música es una perfecta forma de comunicar sentimientos, si se logran seleccionar cuidadosamente las frases y ella lo sabe. Le gustaría que C. lo supiera y que así mismo entendiera que nada acontece por azar. En cada una existe una frase. Ahora le gustaría que C. tuviera la canción que ella escucha para poder indicarle la frase exacta que encierra sus deseos. ¿Cuándo comienza el deseo? ¿Deja uno de desear lo que ya posee o lo desea aún más?