domingo, 25 de octubre de 2009

Epifanía


I

Los papeles vuelan de un lado a otro en este pequeño recinto. No es magia, alguien realmente los está arrojando. Mi risa compulsiva, que esconde lo ridículo de la situación es lo que musicaliza el ambiente, los papeles caen siguiendo el ritmo dado por mí. De un tiempo para acá vengo creyendo lo que ella me dice, podría ser perfectamente la protagonista de un cuento de Kundera, no del corte de la Insoportable Levedad, sino más bien de El Libro de los Amores Ridículos.

“Creo que al fin nada tiene fin... Creo desesperado"

Los papeles caen mientras yo trato de contener mi risa, sabiendo que al hacerlo entenderé lo absurdo de la situación y por un momento sólo me llamaré A., o N. si se me permite escoger. La situación es en sí misma repetitiva, cosas que caen, risa incontenible. Repetitiva como todo lo que me sucede, no por una gran casualidad sino por mi tendencia al retorno. Volver a algo, cualquier cosa, ha sido uno de mis grandes placeres. Vivís un momento de goce y buscás que ese instante se repita hasta volverlo eterno. Una eternidad bastante relativa como todo lo que sucede en una vida monótona que se corta a cada instante que pasa, por una necesidad imperante a no sentir nada en absoluto.

"Avanzo un paso, retrocedo y vuelvo a preguntar...”


¿Qué diría ella? Quizás estaría pensando en la existencia de la complejidad que nos de un efecto placebo para sentirnos menos culpables de la cotidianidad. Podría preguntarme cosas, para luego dar una respuesta que me lleve a decidir entre un vacío o el otro, finalmente...

"...no todo en tu vida depende tan solo de vos.”

domingo, 24 de mayo de 2009

Tratado al Sol - Un relativo primer encuentro

Quiero saber si hablarle es igualmente difícil para ti. ¿Alguna vez has visto un sol? Yo lo encontré cuando deje de buscar, pero ahí estaba, sin mirarme de frente. Era hermoso, como solo pueden ser los soles. Veía su luz, sin percatarme aún del ser que la irradiaba. Cómo podía hacerlo si mi mirada estaba todavía cegada por cosas que pretendían estar más cerca. Cuando me di cuenta de aquello me sentí torpe, similar a aquella vez que me caí. Tonta, muy tonta ya que cuando pregunté hubo respuestas; esas me situaron lejos. Ahora que planeo acercarme la luz es más remota y es difícil puesto que el camino está cerrado. Trato de controlar esa voz interna que quiere hablarle porque si ella pudiera decirle algo, se lo diría todo. Le contaría, primero, una historia triste, aquella que se remonta algunos años y que habla de un personaje ya muy lejano, un yo que ya no existe; ese pequeño relato de aquella vez que por algún olvido menor perdí una parte importante de mi ser. Le contaría, después, como empecé a organizar y etiquetar todo para evitar futuras perdidas. Luego, para mitigar la tristeza, le contaría algo menos melancólico, elegiría, de entre muchas historias, una sola, seguramente esa que habla de la vez que conocí a un extraño personaje, uno externo. Aquel particular personaje me tomó de la mano y me llevó por un camino que terminó con una puerta para mi, muchas para él. Fue la primera vez que habló esta voz, diciendo lo único que ella puede decir, las verdades que vienen desde adentro. Aquella puerta me llevó a una pequeña colina, algo hermoso rodaba por ella.

La siguiente historia elegida evoca un momento musical como muchos otros, pero esta vez acompañado de la luz.

Esta historia comienza con un La menor, seguido por un Mi menor y un Fa menor. Luego un gran parque donde danzaban aquellas piezas musicales. En aquel momento la voz quisiera explicarle al sol por qué el círculo es la figura perfecta pero, se da cuenta que es irrelevante dentro de la historia y que quizá después tenga oportunidad de hacerlo, cuando llegue el momento de explicarle algunas otras cosas que desea. Cuando ya no exista, así como lo diría Kundera, “la desvergüenza propia de la sinceridad apresurada” y se diga temerosamente lo que se quiere.

Los personajes, dos, se encuentran. No es un encuentro inesperado, no juegan a ser La Maga y Él. Luego del encuentro, caminan. Charlan mientras caminan. Conversan de cualquier cosa, mientras ella lo mira de reojo y nota su presencia, por primera vez. La voz hace lo que sabe y le dice que hasta ahora ella recuerda, sin querer, lo que vestía; Un jean ajado, de un azul demasiado claro y una chaqueta de un naranja escandaloso, cosa que sólo se disculpa por el hecho de lo que representa. No logra recordar los zapatos que llevaba, aún reconociendo que pasó tiempo mirándolos para evitar mirarlo a él. No se podría decir algo diferente a que aquel encuentro estaba exquisitamente musicalizado, lógicamente por eso se encontraban allí. Nada sucedió. No hubo drama, amor, lágrimas, ni confesiones. El centro estaba dado por las piezas que se iban representando. Como en todo, menos en un círculo, llegó el final, del encuentro y de la historia, por lo que la voz calló. El silencio se dio por la costumbre de terminar las historia de esta forma, mas no porque la voz no tuviera más que decir; ella decidió, hace algún tiempo no dejar que la voz hablara bajo ninguna circunstancia e igualmente pocas veces se suscitaban dentro ella sensaciones tan reales que llevaran a que ella, la voz, quisiera decirlo todo, así que no solían desaprovechar aquellas oportunidades, contrariándolo todo.

Aquel sol, que encontré en aquella colina y que se veía para mí como un ser minúsculo e indefenso, era realmente hermoso. Podía llegar a ser muy poco convencional, pero no se dudaba que era encantador. Lo primero particular fue su voz, desde el tono hasta su forma de hablar. Podías encontrar en ella desde un canto hasta una crítica, desde un sabor hasta una mezcla. Todo en unas pocas frases pronunciadas. No sé por qué esperaba algo diferente, debe ser esa manía de imaginar todo como si fuera un mapa que busca el tesoro perdido o la salida del laberinto, pero, aunque se esperaba algo distinto no hubo desilusión sino sorpresa. El asombro me llevó a recordar un personaje de una vieja película argentina que era gay, drogadicto y bastante loco pero que le daba al personaje principal los mejores consejos. Después comencé a darme cuenta que lo particular en él, en ese ser, era un factor común y que la sorpresa se convertía en un sensación familiar.

(Fin parte II)

lunes, 20 de abril de 2009

Tratado al Sol - Génesis


No siempre es fácil evitar mirar aquello que nos parece hermoso, sea un dibujo, un paisaje, un momento, una buena fotografía o un ser. Buscamos la belleza en todas partes y cuando la encontramos no podemos impedir que se genere un sentimiento de satisfacción, que media entre la tranquilidad y el deseo, que nos lleva a no querer dejar de sentirlo. De allí que busquemos conservar lo hermoso hasta que ya no lo sea o hasta que encontremos algo que lo es más; o quizá infinitamente.

Vi algo hermoso una vez, rodando por alguna colina pequeña. Recuerdo que su color no era bello pero la forma en que se movía lograba despertar su atractivo un poco torpe. Quise tomarlo entre mis manos pero cuando estuve cerca de él me di cuenta que mis manos eran muy pequeñas para abarcarlo. Por su hermosura, quise mirarlo horas enteras; pero después de un rato decidió esconderse. Lo seguí, aunque intuí levemente que no quería ser seguido, lo hice porque en ese minúsculo instante pudo más mi deseo de acercarme a su bello ser. No me fue difícil encontrarlo, cosa que surtió un cierto efecto engañoso haciéndome creer que quería ser encontrado; no era así, simplemente no conté con mis habilidades como buscadora que facilitaron el trabajo. Luego de un rato buscó un nuevo escondite. Esta vez, creyendo completamente que quería ser hallado, lo busque con mayor afán, toda mi voluntad estaba resuelta a encontrarlo. Pasé muchas horas dedicada al infantil juego de buscarlo mientras él huía constantemente buscando escondites más y más difíciles para mi persecución. Cansada ya de esta jugarreta, me recosté a descansar. Tratando de no dormirme empecé a imaginarme a ese pequeño ser, preguntándome constantemente qué era lo que en él encontraba hermoso, sin poder encontrar una respuesta satisfactoria. Giré hacía mi lado izquierdo y lo vi, a lo lejos, rodando como supongo que hacía todo el tiempo; el sentimiento de plenitud que emanaba de su ser resaltaba su belleza hasta tal punto que pude comprender que yo era la que estaba equivocada y que en realidad ese ser no quería ser perseguido, ni encontrado y mucho menos quería, de alguna forma ser mío.

Sintiéndome un poco triste decidí dejar atrás aquello que para mí era lo más hermoso que había visto en mi vida y seguir caminando. No lograba estar bien, había sentido por un rato ese sensación de satisfacción, quería conservar la tranquilidad y el deseo que me producía la hermosura encontrada en ese espécimen. No era posible y lo entendía, por ello había decidió no seguir apostando a querer lograr que lo absoluto perdiera su esencia. Deambulé días y noches sin poder mitigar el sentimiento melancólico que me rodeaba, hasta que poco a poco empezó a desvanecerse; muy tenuemente empezaba a desaparecer.

Un día, sin que desapareciera del todo el estado de necesidad producido por el ser hermoso, logré ver, entre las sombras producidas por la falta de luz del lugar, oculto entre un millón de ideas, papeles, letras e imágenes, el espécimen más hermoso de todos lo que alguna vez se pueden encontrar y existen: un sol.

(Fin de la parte 1)

domingo, 22 de marzo de 2009

Cotidianidad V - C, A manera de final para la historia


Fue la última vez que vio a C.

Era la última vez que lo vería pero ella no lo sabía; aún así no lloró aunque tuvo ganas de hacerlo. Sintió como sus lágrimas salían y lo cerca que estuvieron de rodar por sus mejillas, pero se contuvo; podía sentirse de cualquier forma menos estúpida. No lo miró a lo ojos; es más, no lo miró en lo absoluto. Sólo escuchó su voz como un eco a lo lejos, no alcanzaba a entender las palabras pronunciadas, pero sabía que era C. quien le hablaba. Se mordió su labio inferior, costumbre que había adquirido hacía un tiempo cada vez que estaba nerviosa o triste, se guardó las manos en los bolsillos y se alejó. Mientras lo escuchaba a lo lejos recordaba los pensamientos que rondaban su mente el día del primer encuentro y, muy dentro suyo sabía que si lo hubiera conocido un poco más para ese momento todo hubiera sido diferente; se hubiera permitido más contacto y sin ningún remordimiento hubiera disfrutado de su calor. Se marchó poco a poco y en su mente veía el camino que dejaba atrás, un camino dibujado con minuciosos trazos, cada uno puesto después del otro con detalle.

Más adelante se sentó y soñó, su mente vagaba por recuerdos que no se relacionaban con C. Pensaba en aquellos libros que leyó alguna vez, que hablaban de sentimientos y sensaciones que ella quería producir, así como las había experimentado. Le envió un mensaje deseándole buen viaje, no quería decir nada más y no lo hizo, pero llenó ese par de palabras con un gran significado. Luego, se sentó a escribirle. Quería decirle que ella había entendido todo desde el principio pero que había dudado de que ello fuera cierto y que cuando dejó de dudar pretendió cambiar la certeza por medio de aquel actuar apresurado y poco preciso. No lo logró y por esto quería decirle adiós.

Comenzó su escrito con una frase con la cual hubiera querido terminarlo: “No es necesario decir nada más” y continuó “Por mi parte todo se ha dicho tal como se ha querido y he interpretado tu silencio como muestra de aquello que falta, la palabra no pronunciada es inexistente”. Pensó en aquella canción que hablaba de una hermosa despedida, recordó como esa canción había tomado significado cuando había querido despedirse, mucho tiempo atrás. Ahora carecía de total sentido pero al mismo tiempo recordó la canción de las palabras, aquella era la canción con la cual musicalizaría el momento actual. Siguió escribiéndole, haciendo lo posible por comunicarle todo lo que quería decirle; era claro que no lo conocía bien y que por ello no podía suponer nada, así que eso era precisamente lo que habría decidido hacer, “no es mi intención pedirte algo que ya te he pedido, ni pretendo que algo hagas, sólo estoy segura que no volveré a estar cerca y por eso quiero llenar todos mis vacíos con palabras que hagan menos insulsa la tarea que decidí emprender.”

Allí, frente al papel, busca decirlo todo para evitar volver a él. Está firmemente convencida de poder evitarlo, ignorarlo, no pensarlo. Indiscutiblemente está en lo cierto ahora que ya se aseguró de que a C. lo cubre un manto y que ella pronto va a estar cubierta por un manto similar, en ese momento cualquier necesidad imperante será inmediatamente suplida o condicionada pero tenida en cuenta para algo menos orgulloso. “volvemos a explicarlo todo mediante la filantropía” le escribió aún sabiendo que él no podía entender el verdadero significado que para ella tenía esa palabra.

Lloró tres días después, frente al escrito terminado. No estaba triste, solo pensaba en el resultado de la sinceridad apresurada e inevitable de sus actos que llevaba necesariamente a una reacción adversa a la que ella deseaba, o ¿era precisamente esa reacción la que buscaba? No sabía exactamente que quería lograr, a él le había dicho que tenía un propósito, algo lógico según sus actuaciones pero sólo lo había hecho para evitar reconocer que temía indagar en la razón de los impulsos que la habían llevado a buscarle. Era quizás en lo único que le había mentido. No entendía porque los seres humanos claman por un actuar sincero, directo y conciso pero no lo soportan, no son capaces de actuar conforme a eso. No son capaces de herir directamente y prefieren un dolor más sutil, una indeferencia que indique el camino a una verdad, a La Verdad. Pensaba en C. y en su forma de ser poco sutil que pretendía ser directa pero que a la vez huía de cualquier acercamiento propuesto por ella. Y pensaba en ella cuando pretendió que C. actuara como ella quería, cuando pensó que C era igual a X., cuando supuso que él directamente le diría que era hora de partir. Nada de eso sucedió probablemente debido a sus pensamientos de absoluto conocimiento, pero ella decidió culpar a C y llorar.

Cerró los ojos para buscar dejar la mente e blanco, para huir de los pensamientos que galopaban hacia ella y que le imponían la necesidad de suponer intuitivamente que diría C. cuando leyera sus letras. Una tarea inútil porque C. nunca decía nada. Él nunca entendió que el silencio es algo que hay que romper.

Declaraciones III - Lo que ella quisiera decirle a C.

Ella aún no siente que C. la entiende, puede ser debido a que él poco expresa o puede ser porque lo que ella quiere explicar solo lo entiende una persona en el mundo y claramente no es C.

Piensa en las muchas formas de explicarle todo lo que desea decirle y sin querer concluir que es difícil, lo vuelve a hacer, de nuevo.

Quiere decirle que ya no disfruta haber hecho las cosas al revés, aunque eso no sea del todo cierto, pero siempre quedará en ella la duda de saber si hubiera hecho todo como tenía que hacerlo, tiempo atrás, tendría ahora más certezas. Ella le atribuye esas dudas a ese sentimiento que nació hace días y que ahora es una constante cada vez que piensa en C.; pero es indudable que hacerlo todo en desorden es algo que disfruta porque esto da lugar a la sorpresa, se permite actuar sin un plan, el impulso, las reacciones, todo le genera placer y este es necesario para que se sienta libre por momentos.

Quiere decirle también que lamenta haberlo confundido con X., haber pensado que en ciertas cosas actuarían igual y más aún, que sus actos tuvieran ese fundamento. Ella piensa, ahora, que son muy diferentes y está segura que para este momento tendría mucho más de X de lo que tiene de C. porque, es necesario aclarar que, de C. no tiene nada. Ella ha decidido no ver las similitudes que tienen ambos, dejarlas a un lado y desistir de actuar como si C. fuera X; el problema de esto es que si ella no los hubiera confundido en un principio, jamás hubiera propiciado los momentos de contacto.

Quiere decirle que a veces confunde completamente la realidad y la fantasía. Eso hace que algunas veces ella pierda tanto tiempo en pensar lo que quiere decirle a C. que la misma imagen de él se desdibuja y ya no puede recordar ni que quiere de él, no como es, ni que decirle.

Piensa que quiere pedirle que le hable, como tantas veces se lo ha dicho ya. Quiere pedirle algo a cambio de lo que ella le da, pero piensa, también, que no puede pedirle nada, a cambio de algo que él nunca pidió, que ella ni siquiera sabe que desee. X. hubiera accedido a darle algo, aunque fuera solo por matar la curiosidad. C. no, porque para él eso significa perder demasiado por algo cercano a lo insignificante. Él sabe que de todas formas lo obtendrá, ya que está muy seguro que para ella es más importante comunicarle el significado de sus palabras, que lo que él pueda llegar a articular.

Desea que C. escuche una canción. La música es una perfecta forma de comunicar sentimientos, si se logran seleccionar cuidadosamente las frases y ella lo sabe. Le gustaría que C. lo supiera y que así mismo entendiera que nada acontece por azar. En cada una existe una frase. Ahora le gustaría que C. tuviera la canción que ella escucha para poder indicarle la frase exacta que encierra sus deseos. ¿Cuándo comienza el deseo? ¿Deja uno de desear lo que ya posee o lo desea aún más?

Cotidianidad IV - C, Impulsos casi mercurianos para el caos


Mientras ella esperaba guardo silencio. No fue algo conciente, sólo así sucedió. Quizás fue por que C. la empujo y ella sintió como si la golpeara, talvez fue ella misma la que dejó de necesitar. Todo fue circular porque su tiempo de silencio fue roto de nuevo con otro acercamiento propiciado y alimentado por lo bien que se siente darle gusto a la falta de razón. Fue su cotidianidad, la de él, que la llevó a ese rompimiento, no aquella compartida e inexistente, sino la que él decidió compartir con lo demás sujetos. Obviamente nunca pretendió creer que él fuera, en un tiempo-espacio sin antes y sin después; pero los únicos momentos en los que ella lo percibía no daban cuenta de la existencia de aquellos. Por eso saber que sin querer compartían algunas cosas (que ella pretendía ignorar) crearon un sentimiento desconocido en su interior, algo que no sabía como llamar, pero que logro hacer consiente la desaparición y la incitaron a aparecerse de nuevo, a acercase de nuevo a C.

Lograr un acto mercuriano es bastante complejo para ella y más aún con él. C, puede hacerlo simplemente, pero no logra facilitar el momento en el cual ella puede huir desencadenando una reacción. Ella siempre podrá huir de C., pero es necesario que ese hecho desencadene una consecuencia, por minúscula que sea, para que sea considerado un acto de ese elemento. De cualquier otra forma es simplemente un silencio.
El acto anterior, de ella, fue casi mercuriano, por haber sido casi inconsciente. Casi porque lo era, antes de que razonara los hechos compartidos, las personas, los lugares, el tiempo. Todo lo que lo que hacía necesario más contacto para que C. se pudiera alejar de eso y lograra verla; aunque en el fondo nunca pueda verla como ella quisiera, aunque hasta hoy no la haya visto.

Hoy quería oír su voz y hacerlo era quizás fácil para cualquiera, menos para ella. C, es algo difícil de definir, y aún más de poder predecir sus reacciones. Ella sabe que de él puede esperarse cualquier acto y siente que ya ha estirado mucho aquel fino hilo y que está a punto de romperse. No hay nada hasta hoy que pueda producirle cierta tranquilidad. La calma de saber qué le está permitido hacer, para no cruzar esa línea que la ha separado de ser aquello que no desea.

El sentimiento nuevo para ella, se hace ahora más fuerte. Como siempre tiene demasiadas preguntas, pero no se atreve a hacerlas, esta vez no por el hecho de saber que no va a obtener respuesta, sino porque aún se cuestiona si las preguntas tendrían alguna trascendencia en la forma de relacionarse con C., y aunque en el fondo sabe que esas respuestas podrían cambiarlo todo, aún se niega a dejarse llevar por algo que siente que ni siquiera puede nombrar. Si las respuestas fueran exactamente como ella quisiera que fueran no se dejaría llevar por la cotidianidad que él decide tener con los demás sujetos y que ella no quiere, definitivamente, pero a la que si desea acercarse, para al final poder tener un acto puramente mercuriano. Pero no lo son y ella lo sabe, allá donde decide esconder siempre la razón cuando se acerca a C., para poder pretender que se acerca.

Cuando sea el momento de responder las preguntas me avisas – Le dice y espera su respuesta. En realidad hoy tiene ganas de jugar, aunque C. nunca ha aceptado sus invitaciones a jugar o sus juegos.

domingo, 15 de febrero de 2009

Cotidianidad III - C, El acto

“Escrito a los sujetos movidos por las fuerzas naturales al lado opuesto, que queda al otro lado de tu amor (y del de ella también)”

Hoy no puede mirar a C. a los ojos por más que lo desee. De alguna forma logró dejar atrás la fugacidad, pero aún no se convierte en algo absoluto, es todavía algo efímero que ha durado más de un instante. Hay entre esos dos momentos más que una línea de separación y ella no sabe si es posible cruzarla, no sabe si de ser posible quisiera hacerlo; cree y considera que es mucho lo que debe dar para encontrarse cerca de ese ser, o quizás no debe dar nada sino tener algo que ella no tiene, quizás todo consiste en poder dar nada, es posible que ni C. lo sepa; lo importante es que ella quiere saberlo en el mismo instante en que quiere mirarlo a los ojos.

Un acto involuntario es lo que ella cree que necesita. Un movimiento que venga de C. pero que no pase a través de las millones de razones que existen en su cabeza para no hacerlo y que terminan por detener el movimiento. Conociendo lo poco que conoce a C. (a quien solo ha visto una vez) sabe que jamás se permitiría un acto de este talante, pues además de ser puramente racional, ha logrado evitar, exitosamente, la cercanía con ella.

Después de aquel episodio narrado vinieron los trazos. Ellos fueron los que siguieron escribiendo su historia que, en algunos momentos, tenía pequeños puntos que se cruzaban con la de él. Todo iniciaba y terminaba con ella, a causa de la carencia de aquel acto. No se volvieron a ver, pero eso no logró que ella lo deseara menos o nada en absoluto. Existían imágenes, letras, sonidos, una que otra conversación que podía evidenciar algún tipo de acercamiento. Este, obvio, no era suficiente para ella y aunque no se sentía insatisfecha (de hecho se sentía realmente bien), quería algo más para el final. Cómo odiaba ella las respuestas, de él, a todos sus actos, las mismas siempre, sin importar qué le dibujara, como lo hiciera o qué le dijera, él lograba convertir todo en un hecho análogo y con igual significado.

Sabía que era demasiado pretender que aquel acto llegara. Lo sabía porque en demasiadas ocasiones le había manifestado la necesidad de él, que ahora era menos factible que sucediera, el mismo ya no era en sí involuntario, era una respuesta y no estaba en su naturaleza, la de él, satisfacerle sus necesidades. Era tal como había escrito hacía tiempo en su libreta

Soledad…

Todo cuerpo continúa en estado de reposo o de movimiento lineal a menos que actúe sobre él una fuerza exterior que le obligue a cambiar dicho estado. En búsqueda de esa fuerza exterior que me saque del reposo (ya que claramente estoy lejos de la linealidad), me he dado cuenta que aparte del big bang que se produjo meses atrás, estoy en un lugar distante de donde ella se ha de producir, de ahí que produzca tanta fuerza interior intentando reemplazarla, que se logra un efecto de acción reacción sobre los cuerpos cercanos, de manera que yo sigo inmóvil mientras ellos se movilizan en sentido opuesto a la fuerza, es decir a mi. Cómo podría haber olvidado yo que cada acción produce una acción de igual magnitud pero en sentido contrario, cosa que explica claramente la relación actual de yo “sujeto” con los objetos a mi alrededor.”

Leyendo esto comprendió que era aún menos factible que algo como lo que ella quería sucediera, pero al mismo tiempo sabía (o quería creerlo) que iba a acontecer, podía ser muy diferente a lo que ella esperaba, pero iba a ser. La paciencia no era una de sus grandes virtudes y hacía rato que estaba ya cansada de suponer y prepararse, ya se había puesto de pie y había caminado.

No lo sabía, pero ya no estaba en sus manos la decisión de esperar.

domingo, 8 de febrero de 2009

Cotidianidad II - C. (Fragmento)

"No debí pensar jamás
en lograr tu corazón
y sin embargo te busqué
hasta que un día te encontré
y con mis besos te aturdí
sin importarme que eras buena."

Páez y Spinetta - Gricel

C. no tiene un extraño caminar, ni señas particulares, ni algo particularmente llamativo. Es un tipo como cualquiera, con cierto toque particular al hablar que puede resultar fastidioso o sensual. Lo conocí un día en cualquier paraje con cualquier disculpa, y ahí comenzamos a hablar. Tener una conversación con C. es una ardua tarea si tienes en cuenta todos los temas que él decide no tocar y que tú encuentras medianamente interesantes para iniciar una charla con un extraño. Así que nuestra conversación se baso en una enumeración de todo a lo que no podíamos referirnos mientras yo cada tanto asentía con la cabeza. Quería conversar, pero intuí que yo no era para él un interlocutor merecedor y no tenía muchas ganas de demostrarle que estaba equivocado. Respondí unas cuantas preguntas mientras me divertía pensando que le había confirmado sus pensamientos y que ahora tenía una impresión errada de mí. Me reinventé para mi espectador. Si no íbamos a conversar por lo menos podía divertirme con él; eso es lo que más me ha gustado de este tipo de extraños, una primera impresión y creen haber dado con la verdad absoluta de una existencia y para colmo pretenden que no les importa. Por eso decidí que tampoco me importaba y seguí asintiendo; de ninguna forma podría negar que disfrutaba su manera de hablar y que, sin importar que palabras salieran de su boca, la forma en que lo hacían sustituía mi necesidad de ser oída.

Duramos conversando más o menos una hora. La incomodidad del principio se sustituyó por el placer de irlo y no sé en que momento durante esta transformación empecé a encontrarlo atractivo. Creo que fue cuando llegué al placer. Ya no le ponía mucha atención a lo que decía y me limitaba a responder preguntas, mientras mi mirada se desviaba por su cuerpo, cuya existencia noté segundos antes. Era alto pero no lo suficiente para llamar la atención, cosa que si hacía toda su contextura. Se puso de pie y quienes estábamos presentes miramos su espalda y la disfrutamos; era cierto, lo encontraba atractivo y desde que lo concluí todo fluyó maravillosamente. Además de disfrutar su forma de hablar, el tono de su voz, empecé a admirar sus movimientos; su manera de inclinarse, como fruncía el ceño, el modo en que se llevaba sus manos a la boca. Encendí un cigarrillo para hacer de ese disfrute algo más perfecto.

La conversación no concluyó pero el tiempo decidió que era hora de partir. En ese momento sentí la extraña sensación de no querer dejarlo ir, de no poder apartarlo de mi lado. Le propuse seguir hablando en otro lugar y el me siguió sin estar muy seguro de querer seguir charlando. Hoy, entre mis papeles, encontré un escrito sobre aquel extraño encuentro, las líneas dicen así:

De nuevo, una noche cotidiana, la misma ambientación, diferente lugar; musicalizada por algo menos genial, pero no por ello menos exquisito. Un acercamiento; algo típico y esperado tácitamente por quienes allí nos encontrábamos. Palabras y más palabras, en todo momento pretendiendo mostrar y logrando, exitosamente, no escuchar lo que se trataba de expresar. Imágenes irreales, juego de pretensiones, barreras entre lo que se quería y se daba por ello. Una mirada cuyo significado ya conocía aunque era lejano a la realidad momentánea, seguida de unas palabras que me lo recordaron. Flashback que me lanzó de nuevo a la nada, mi fiel compañera. Encanto, inexplicable, sentimiento, insoportable… algo de mi antigua enfermedad. Yo, intentando como siempre acércame a la existencia contigua a mí, tomando siempre el camino que más se me facilita, ese que se resume en una sola palabra.

Embriagada por esa fugacidad, que pretendo siempre que sea permanente, sentí como llegaba a ese momento, eternamente revivido por mí, en el cual no quieres algo pero quieres todo lo demás. Ese momento crucial en el cual no logro poner el no donde realmente lo quiero y temo siempre ponerlo donde no es, nunca encontrando el mejor lugar y casi siempre equivocándome, guiada por ese miedo estúpido de todo ser humano a no obtener lo que se quiere y por el cual siempre termino cediendo… para después enfrentarme a mí, o a la parte ingenua de mi, esa que trata de lograr que lo instantáneo pierda su esencia.”

Su contenido tiene algo de cierto, pretendía que lo fugaz perdiera su esencia y el tiempo-espacio me regalara un minuto que durara más que eso al lado de C. Mientras caminábamos me reía de mi propia ironía, hasta hacía unos momentos no disfrutaba de su compañía y ahora quería retenerlo a mi lado por un siempre bastante relativo. Sin notar su presencia, sin ni siquiera mirarlo sabía que se encontraba junto a mi por cualquier deseo, menos conversar. Yo seguía etiquetada dentro de interlocutores no merecedores y en ese momento ya era muy tarde para desvirtuar el efecto de la mágica primera impresión. Dejándose llevar por esos deseos él decidió besarme y yo se lo permití mientras mi cabeza lograba anudar dos razones; primero, había pasado parte de la noche ansiando ese cuerpo, y segundo porque eso aseguraba que todo fuera momentáneo y efímero.

martes, 27 de enero de 2009

Hoy Martes



"Parece que fue ayer cuando se fué
al barrio que hay detrás de las estrellas,
la muerte, que es celosa y es mujer,
se encaprichó con él
y
lo llevó a dormir siempre con ella."

Páez y Sabina - Flores en su entierro


Porque he decidido no invitar al recuerdo del llanto y de la tristeza sino recordar cincuenta días de felicidad.
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La Plastica fue su vida

(2005)

“El arte tiene letras distintas, se escribe distinto, pero traduce lo mismo: Amor”

Gerardo Franco, (27 de enero de 1955 - Junio 2005)

Gerardo Franco tenía ojos grandes y expresivos, los abría en demasía al momento de hablar o enfatizar algo, eran unos ojos grandes que hablaban por él cuando estaba alegre o de mal genio. Tenía poco cabello pero si “el pelo fuera importante estaría por dentro” como dijo él mismo alguna vez. La plástica fue su vida, le entregó todo a sus árboles paleta y a sus lunas mutantes, a sus sueños de papel y a más de cinco mil obras que hoy pueblan los sitios más increíbles.

Ha muerto un pintor. Nombre: Gerardo Franco. Edad: 50 años recién cumplidos. Estatura: 1.68 aproximadamente. Rasgos: tez morena, ojos grandes, poco cabello, nariz y orejas prominentes. Ocupación: trazar universos que penetran el ojo del receptor hasta las fibras más intimas y desconocidas, reírse del mundo y de su propia ironía al tratar de entenderlo, y estar ahí, siempre estar ahí para quien fuera.

Gerardo, noctámbulo empedernido, era un tenaz amante de la noche, la caminaba y la retrataba, fueron miles las lunas que pintó, las diosas nocturnas que bullían en su interior. La noche lo recorría así como él la recorría a ella, con un amor infinito que se deja ver en los trazos que aún nos quedan, en los pigmentos que cobran vida cuando son vistos y en la luna, testigo mudo que así como nosotros lamenta su pérdida.

“Cuando el amor llega al alma del hombre, es como sembrar la semilla de un árbol. Sólo que el árbol crecerá, dará frutos y morirá, pero el amor estará contigo hasta la eternidad” escribió Gerardo con tinta roja en su libreta marrón; tal vez fue esta la razón para que inventara árboles inmortales, árboles dulces como helados, árboles que transformaban la realidad al inclinarse, haciendo la venia a quien los contemplaba; trazándolos como el viento que imperaba al pincel doblarlos, pintarlos de colores imposibles que se presentaban ante el ojo del pintor como luces míticas.

Ahora que Gerardo ha muerto quedan sus obras, sus recuerdos, su paleta de mezclas con el óleo fresco, sus libros y su eterno caminar que como siempre va más adelante, siempre dando zancadas enormes, ahora nos ha dejado definitivamente atrás, ahora el óleo está húmedo en la paleta y quiere llorar, es comprensible, los ojos grandes que tantas veces lo examinaron con detalle para plasmarlo, los ojos grandes que se abrían de manera exagerada al momento de comunicar, han sido cerrados para siempre.


domingo, 25 de enero de 2009

Declaraciones II – Impulsos

"No creo que haga falta una razón
Si nadie va a pedir ninguna explicación.
Si sabes que no puedes resistir,
quizá es la ocasión para dejarte ir.

Que pase lo que tenga que pasar
La sangre llega al río pero el río llega al mar.
Compruebo en los bolsillos para ver,
si tengo todo lo que tengo que tener"

Ariel Rot - Colgado de la Luna


Siempre me he considerado con cierta tendencia al caos, pero hasta hoy está tendencia nunca se me había acercado lo suficiente para considerarme caótica. Ya lo sé, además de la tendencia e irresistible atracción, soy un ser caótico.

Ser caos es algo que abarca más que desorden, más bien, en sí no abarca este sino una particular predisposición de hacer las cosas de un modo particular y diferente, casi siempre empezando por donde no se debe y terminando donde no se debería terminar. Pero las cosas resultan hechas y se disfrutan, de tal forma que si se hicieran de la forma que deberían hacerse se harían mal, además de que se volverían aburridas.

No puedo negar que en realidad encuentro seductora e irresistible la idea de lo lineal, de lo consecuente, de lo ordenado. Pero es como algo ajeno que se disfruta pero que no se quiere para sí. Esto trae una paz agotadora que resulta enfermiza y que deja demasiado tiempo para pensar en otras cosas, sin que ellas existan. Por ello prefiero dedicarle tiempo a pensar en cómo hacer las cosas del modo que quiero hacerlas así resulte demasiado dispendioso para el resto de la humanidad.

Además jamás podría llegar a la linealidad. Siendo, como soy, un ser puramente impulsivo ¿Cómo podría ser consecuente con las acciones nacidas de impulsos? Soy consecuente con mis impulsos pues, siempre, termino haciendo aquello que quiero sin preocuparme por las reacciones que pueda causar; es un impulso razonado puesto que si existen razones para actuar, solo que se actúa por la misma causa y no por la consecuencia; pero, y ahí viene la pregunta, ¿tendría que seguir siendo consecuente con aquellas reacciones por las que no me he preocupado sabiendo que nacen ellas de impulsos? Iría en contra de mi misma naturaleza (si es que ella existe) no pensar en el acto, ni en las consecuencias, sino en las consecuencias de aquellas últimas sólo por seguir la línea y por lo mismo entraría en la necesidad de explicar el porqué de un acto para el cual existe explicación, sin embargo tal no cambia el acto.

Es simple, fue un acto impulsivo.

De allí que para ser impulsiva, debo ser caótica, a lo cual no le encuentro ninguna objeción puesto que el seguir mis impulsos sin preocuparme mucho por las reacciones me genera puro y máximo placer.

domingo, 18 de enero de 2009

Declaraciones I - Relativismo del amor


La ambigüedad trae hermosa libertad, saber que lo que se dice tiene un tinte de duda y de no poder ser definido.

Definir mis actos ante el espectador trae consigo el hecho de ya no poder seguir actuando.
De ahí en adelante todo será encasillado, entendido erróneamente y aburrido.
El placer que busco en el actuar ha desaparecido en la mente de quienes tratan de descifrarme, porque para ellos es imposible ver más acá, se busca lo que se obtiene en el solo hecho de hacerlo y no en la producción o en la consecuencia. La causa es la misma belleza, con movimiento o no, con reacciones o sin ellas.

La Luz.
Jamás pensé que habría de comprender la magnificencia del resplandor.
Abismos inmensos me separaban de lo que ahora es claridad.
Vacio que se lleno poco a poco con hermosas palabras, que no eran dirigidas a mi.
Inmensidad que da el sentir placer con todo pero con un solo hecho.
Es ser.
Reiterado.

La Nada.
Diré que me sentí atada a la convexidad de sus palabras,
Imágenes del orden que se puede encontrar dentro del desorden que hay en el caos.
Escogí la arrogancia de pretender y pretenderle.
Golpeo con desespero la puerta que conduce a la mujer.
Observo lo logrado desde lejos, sin atreverme a acércame.

Ahora busco una cotidianidad ajena que sirva de catarsis, para que se pregunte el por qué, pero no el para qué, la verdadera libertad.

domingo, 11 de enero de 2009

Cotidianidad I – Tantra (Fragmento)

"Me preguntó cómo había sido
cómo fue que elegí partir
si había tenido algunos hijos
y si alguna vez fui tan feliz
le pregunté si estaba sola
ella sí que sabía fingir
que ingenuidad, no era una boba
era el mismo monte Sinaí"

Fito Páez - Dos en la Ciudad.

Lo ame como creo no volveré a amar a alguien. Lo ame de muchas formas hasta dejar de hacerlo. Lo deseé como pocas veces he deseado a otro cuerpo, anhele su piel y sus labios, soné durante mucho tiempo con su calor, con sentirlo de nuevo. Ahora sé que aún lo deseo y lo seguiré haciendo, sin desespero, sin afanes.

Vestía como ahora suele hacerlo, imagen que hace algunos años quedó grabada en mí, una camiseta negra y unos jeans. Lo abrace y sentí ese olor rustico que lo caracteriza, que sé que jamás olvidaré. Hablamos de nada, de los treinta kilos de equipaje, de la música, de la cultura, de la incultura de algunos; del dinero y del capital, del decir adiós, del volver a empezar. De Pereira, la pequeña Sodoma.
Caminamos hacia un café cualquiera y nos sentamos. No estaba segura de querer cualquier acercamiento. No estaba triste pero hay cosas que jamás se olvidarán, por ello no es necesario recordarlas, están cada día con uno, guardadas pero indudablemente presentes; no son historias para entretener a cualquier espectador, son huellas y peso. Es aquello que se dibuja en nuestras manos.

Otro lugar.
Continuamos hablando y yo ansiaba un poco más de cercanía. Lo suficiente para sentir su suavidad. Nada más.

Nos perdimos en una conversación que no rememoraba ningún momento, hablábamos del erotismo, de la sensualidad, del gusto, del deseo. Lo bese, ahí donde nos encontrábamos. Veía rostros conocidos pero no nos importó, su tranquilidad viene de la inmadurez que le ha traído la edad adulta, la mía de la libertad de la misma.
Lo besé aún más y lo abrace, sentía su calor sobre mi cuerpo acalorado por culpa del lugar tan concurrido.

Bailamos y allí llegó el éxtasis. La cúspide de lo que podíamos llegar a ser juntos se transformó en movimiento. Bailamos un poco más y en ese momento comprendí que no habría de extrañarlo porque siempre lo llevaría conmigo. No lo amaba y no lo hago, aún así, hace parte de mí y yo hago parte de él.

¿Cuantas veces se puede decir entonces en una esquina en Pereira? Le pregunté mientras me reía para mí. Disfrazábamos nuestros deseos en una cobardía producida por el exceso de confianza. Si nos mirábamos a los ojos, ambos podíamos tener la seguridad de querer algo similar, pero la confianza traiciona hasta el más conocedor y por ello repetíamos lo mismo una y otra vez. Él rompió el circulo y propuso el desplazamiento.

Otro lugar.
Allí leímos juntos el capitulo siete de Rayuela.

A diferencia de las anteriores despedidas esta fue anunciada. Sabíamos que nos decíamos adiós. Puede que en lo profundo no queramos separarnos, es posible que a los dos nos guste tener la posibilidad de estar en los brazos del otro, de hacerlo sin obligación, de vernos sin saber a qué o por qué; pero la distancia ha entrado a jugar un papel, uno mayor que el de siempre. Se irá, alejándose de la posibilidad de encontrarnos cuando seamos incitados por el deseo de hacerlo. Por ello nuestra despedida fue sublime y perfecta, no hubo, para ambos, una pizca de nostalgia, no se inmiscuyó la tristeza, no lloré ni sentí ganas de hacerlo. En diez horas nos dejamos atrás, sintiéndonos y olvidándonos.

Prometimos volver a vernos en cualquier lugar, allá donde de nuevo se crucen nuestras vidas. Los dos sabemos que no es una promesa efímera, nos encontraremos, como siempre lo hemos hecho.