lunes, 20 de abril de 2009

Tratado al Sol - Génesis


No siempre es fácil evitar mirar aquello que nos parece hermoso, sea un dibujo, un paisaje, un momento, una buena fotografía o un ser. Buscamos la belleza en todas partes y cuando la encontramos no podemos impedir que se genere un sentimiento de satisfacción, que media entre la tranquilidad y el deseo, que nos lleva a no querer dejar de sentirlo. De allí que busquemos conservar lo hermoso hasta que ya no lo sea o hasta que encontremos algo que lo es más; o quizá infinitamente.

Vi algo hermoso una vez, rodando por alguna colina pequeña. Recuerdo que su color no era bello pero la forma en que se movía lograba despertar su atractivo un poco torpe. Quise tomarlo entre mis manos pero cuando estuve cerca de él me di cuenta que mis manos eran muy pequeñas para abarcarlo. Por su hermosura, quise mirarlo horas enteras; pero después de un rato decidió esconderse. Lo seguí, aunque intuí levemente que no quería ser seguido, lo hice porque en ese minúsculo instante pudo más mi deseo de acercarme a su bello ser. No me fue difícil encontrarlo, cosa que surtió un cierto efecto engañoso haciéndome creer que quería ser encontrado; no era así, simplemente no conté con mis habilidades como buscadora que facilitaron el trabajo. Luego de un rato buscó un nuevo escondite. Esta vez, creyendo completamente que quería ser hallado, lo busque con mayor afán, toda mi voluntad estaba resuelta a encontrarlo. Pasé muchas horas dedicada al infantil juego de buscarlo mientras él huía constantemente buscando escondites más y más difíciles para mi persecución. Cansada ya de esta jugarreta, me recosté a descansar. Tratando de no dormirme empecé a imaginarme a ese pequeño ser, preguntándome constantemente qué era lo que en él encontraba hermoso, sin poder encontrar una respuesta satisfactoria. Giré hacía mi lado izquierdo y lo vi, a lo lejos, rodando como supongo que hacía todo el tiempo; el sentimiento de plenitud que emanaba de su ser resaltaba su belleza hasta tal punto que pude comprender que yo era la que estaba equivocada y que en realidad ese ser no quería ser perseguido, ni encontrado y mucho menos quería, de alguna forma ser mío.

Sintiéndome un poco triste decidí dejar atrás aquello que para mí era lo más hermoso que había visto en mi vida y seguir caminando. No lograba estar bien, había sentido por un rato ese sensación de satisfacción, quería conservar la tranquilidad y el deseo que me producía la hermosura encontrada en ese espécimen. No era posible y lo entendía, por ello había decidió no seguir apostando a querer lograr que lo absoluto perdiera su esencia. Deambulé días y noches sin poder mitigar el sentimiento melancólico que me rodeaba, hasta que poco a poco empezó a desvanecerse; muy tenuemente empezaba a desaparecer.

Un día, sin que desapareciera del todo el estado de necesidad producido por el ser hermoso, logré ver, entre las sombras producidas por la falta de luz del lugar, oculto entre un millón de ideas, papeles, letras e imágenes, el espécimen más hermoso de todos lo que alguna vez se pueden encontrar y existen: un sol.

(Fin de la parte 1)

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