domingo, 24 de mayo de 2009

Tratado al Sol - Un relativo primer encuentro

Quiero saber si hablarle es igualmente difícil para ti. ¿Alguna vez has visto un sol? Yo lo encontré cuando deje de buscar, pero ahí estaba, sin mirarme de frente. Era hermoso, como solo pueden ser los soles. Veía su luz, sin percatarme aún del ser que la irradiaba. Cómo podía hacerlo si mi mirada estaba todavía cegada por cosas que pretendían estar más cerca. Cuando me di cuenta de aquello me sentí torpe, similar a aquella vez que me caí. Tonta, muy tonta ya que cuando pregunté hubo respuestas; esas me situaron lejos. Ahora que planeo acercarme la luz es más remota y es difícil puesto que el camino está cerrado. Trato de controlar esa voz interna que quiere hablarle porque si ella pudiera decirle algo, se lo diría todo. Le contaría, primero, una historia triste, aquella que se remonta algunos años y que habla de un personaje ya muy lejano, un yo que ya no existe; ese pequeño relato de aquella vez que por algún olvido menor perdí una parte importante de mi ser. Le contaría, después, como empecé a organizar y etiquetar todo para evitar futuras perdidas. Luego, para mitigar la tristeza, le contaría algo menos melancólico, elegiría, de entre muchas historias, una sola, seguramente esa que habla de la vez que conocí a un extraño personaje, uno externo. Aquel particular personaje me tomó de la mano y me llevó por un camino que terminó con una puerta para mi, muchas para él. Fue la primera vez que habló esta voz, diciendo lo único que ella puede decir, las verdades que vienen desde adentro. Aquella puerta me llevó a una pequeña colina, algo hermoso rodaba por ella.

La siguiente historia elegida evoca un momento musical como muchos otros, pero esta vez acompañado de la luz.

Esta historia comienza con un La menor, seguido por un Mi menor y un Fa menor. Luego un gran parque donde danzaban aquellas piezas musicales. En aquel momento la voz quisiera explicarle al sol por qué el círculo es la figura perfecta pero, se da cuenta que es irrelevante dentro de la historia y que quizá después tenga oportunidad de hacerlo, cuando llegue el momento de explicarle algunas otras cosas que desea. Cuando ya no exista, así como lo diría Kundera, “la desvergüenza propia de la sinceridad apresurada” y se diga temerosamente lo que se quiere.

Los personajes, dos, se encuentran. No es un encuentro inesperado, no juegan a ser La Maga y Él. Luego del encuentro, caminan. Charlan mientras caminan. Conversan de cualquier cosa, mientras ella lo mira de reojo y nota su presencia, por primera vez. La voz hace lo que sabe y le dice que hasta ahora ella recuerda, sin querer, lo que vestía; Un jean ajado, de un azul demasiado claro y una chaqueta de un naranja escandaloso, cosa que sólo se disculpa por el hecho de lo que representa. No logra recordar los zapatos que llevaba, aún reconociendo que pasó tiempo mirándolos para evitar mirarlo a él. No se podría decir algo diferente a que aquel encuentro estaba exquisitamente musicalizado, lógicamente por eso se encontraban allí. Nada sucedió. No hubo drama, amor, lágrimas, ni confesiones. El centro estaba dado por las piezas que se iban representando. Como en todo, menos en un círculo, llegó el final, del encuentro y de la historia, por lo que la voz calló. El silencio se dio por la costumbre de terminar las historia de esta forma, mas no porque la voz no tuviera más que decir; ella decidió, hace algún tiempo no dejar que la voz hablara bajo ninguna circunstancia e igualmente pocas veces se suscitaban dentro ella sensaciones tan reales que llevaran a que ella, la voz, quisiera decirlo todo, así que no solían desaprovechar aquellas oportunidades, contrariándolo todo.

Aquel sol, que encontré en aquella colina y que se veía para mí como un ser minúsculo e indefenso, era realmente hermoso. Podía llegar a ser muy poco convencional, pero no se dudaba que era encantador. Lo primero particular fue su voz, desde el tono hasta su forma de hablar. Podías encontrar en ella desde un canto hasta una crítica, desde un sabor hasta una mezcla. Todo en unas pocas frases pronunciadas. No sé por qué esperaba algo diferente, debe ser esa manía de imaginar todo como si fuera un mapa que busca el tesoro perdido o la salida del laberinto, pero, aunque se esperaba algo distinto no hubo desilusión sino sorpresa. El asombro me llevó a recordar un personaje de una vieja película argentina que era gay, drogadicto y bastante loco pero que le daba al personaje principal los mejores consejos. Después comencé a darme cuenta que lo particular en él, en ese ser, era un factor común y que la sorpresa se convertía en un sensación familiar.

(Fin parte II)

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