domingo, 25 de octubre de 2009

Epifanía


I

Los papeles vuelan de un lado a otro en este pequeño recinto. No es magia, alguien realmente los está arrojando. Mi risa compulsiva, que esconde lo ridículo de la situación es lo que musicaliza el ambiente, los papeles caen siguiendo el ritmo dado por mí. De un tiempo para acá vengo creyendo lo que ella me dice, podría ser perfectamente la protagonista de un cuento de Kundera, no del corte de la Insoportable Levedad, sino más bien de El Libro de los Amores Ridículos.

“Creo que al fin nada tiene fin... Creo desesperado"

Los papeles caen mientras yo trato de contener mi risa, sabiendo que al hacerlo entenderé lo absurdo de la situación y por un momento sólo me llamaré A., o N. si se me permite escoger. La situación es en sí misma repetitiva, cosas que caen, risa incontenible. Repetitiva como todo lo que me sucede, no por una gran casualidad sino por mi tendencia al retorno. Volver a algo, cualquier cosa, ha sido uno de mis grandes placeres. Vivís un momento de goce y buscás que ese instante se repita hasta volverlo eterno. Una eternidad bastante relativa como todo lo que sucede en una vida monótona que se corta a cada instante que pasa, por una necesidad imperante a no sentir nada en absoluto.

"Avanzo un paso, retrocedo y vuelvo a preguntar...”


¿Qué diría ella? Quizás estaría pensando en la existencia de la complejidad que nos de un efecto placebo para sentirnos menos culpables de la cotidianidad. Podría preguntarme cosas, para luego dar una respuesta que me lleve a decidir entre un vacío o el otro, finalmente...

"...no todo en tu vida depende tan solo de vos.”