domingo, 11 de enero de 2009

Cotidianidad I – Tantra (Fragmento)

"Me preguntó cómo había sido
cómo fue que elegí partir
si había tenido algunos hijos
y si alguna vez fui tan feliz
le pregunté si estaba sola
ella sí que sabía fingir
que ingenuidad, no era una boba
era el mismo monte Sinaí"

Fito Páez - Dos en la Ciudad.

Lo ame como creo no volveré a amar a alguien. Lo ame de muchas formas hasta dejar de hacerlo. Lo deseé como pocas veces he deseado a otro cuerpo, anhele su piel y sus labios, soné durante mucho tiempo con su calor, con sentirlo de nuevo. Ahora sé que aún lo deseo y lo seguiré haciendo, sin desespero, sin afanes.

Vestía como ahora suele hacerlo, imagen que hace algunos años quedó grabada en mí, una camiseta negra y unos jeans. Lo abrace y sentí ese olor rustico que lo caracteriza, que sé que jamás olvidaré. Hablamos de nada, de los treinta kilos de equipaje, de la música, de la cultura, de la incultura de algunos; del dinero y del capital, del decir adiós, del volver a empezar. De Pereira, la pequeña Sodoma.
Caminamos hacia un café cualquiera y nos sentamos. No estaba segura de querer cualquier acercamiento. No estaba triste pero hay cosas que jamás se olvidarán, por ello no es necesario recordarlas, están cada día con uno, guardadas pero indudablemente presentes; no son historias para entretener a cualquier espectador, son huellas y peso. Es aquello que se dibuja en nuestras manos.

Otro lugar.
Continuamos hablando y yo ansiaba un poco más de cercanía. Lo suficiente para sentir su suavidad. Nada más.

Nos perdimos en una conversación que no rememoraba ningún momento, hablábamos del erotismo, de la sensualidad, del gusto, del deseo. Lo bese, ahí donde nos encontrábamos. Veía rostros conocidos pero no nos importó, su tranquilidad viene de la inmadurez que le ha traído la edad adulta, la mía de la libertad de la misma.
Lo besé aún más y lo abrace, sentía su calor sobre mi cuerpo acalorado por culpa del lugar tan concurrido.

Bailamos y allí llegó el éxtasis. La cúspide de lo que podíamos llegar a ser juntos se transformó en movimiento. Bailamos un poco más y en ese momento comprendí que no habría de extrañarlo porque siempre lo llevaría conmigo. No lo amaba y no lo hago, aún así, hace parte de mí y yo hago parte de él.

¿Cuantas veces se puede decir entonces en una esquina en Pereira? Le pregunté mientras me reía para mí. Disfrazábamos nuestros deseos en una cobardía producida por el exceso de confianza. Si nos mirábamos a los ojos, ambos podíamos tener la seguridad de querer algo similar, pero la confianza traiciona hasta el más conocedor y por ello repetíamos lo mismo una y otra vez. Él rompió el circulo y propuso el desplazamiento.

Otro lugar.
Allí leímos juntos el capitulo siete de Rayuela.

A diferencia de las anteriores despedidas esta fue anunciada. Sabíamos que nos decíamos adiós. Puede que en lo profundo no queramos separarnos, es posible que a los dos nos guste tener la posibilidad de estar en los brazos del otro, de hacerlo sin obligación, de vernos sin saber a qué o por qué; pero la distancia ha entrado a jugar un papel, uno mayor que el de siempre. Se irá, alejándose de la posibilidad de encontrarnos cuando seamos incitados por el deseo de hacerlo. Por ello nuestra despedida fue sublime y perfecta, no hubo, para ambos, una pizca de nostalgia, no se inmiscuyó la tristeza, no lloré ni sentí ganas de hacerlo. En diez horas nos dejamos atrás, sintiéndonos y olvidándonos.

Prometimos volver a vernos en cualquier lugar, allá donde de nuevo se crucen nuestras vidas. Los dos sabemos que no es una promesa efímera, nos encontraremos, como siempre lo hemos hecho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El reencuentro está casi garantizado...